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Imagen de La Aparecida.
Imagen de 'La Aparecida', entre la leyenda y la devoción

Imagen de 'La Aparecida', entre la leyenda y la devoción

La talla, fechada a mediados del XIV y que dio origen a la advocación de La Hermosa, sigue rodeada de un halo de misterio

Juan Carlos Zambrano

Domingo, 4 de septiembre 2016, 16:44

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No solo se trata de una de las tallas góticas más importantes de Extremadura, y una de las más antiguas que se conservan. Para los fuentecanteños, La Aparecida es mucho más. Es el origen de una devoción por la patrona, la Virgen de la Hermosa, y también una imagen alrededor de la cuál continúa el misterio y la leyenda.

El primer misterio es cuándo fue tallada y por quién. A la primera cuestión, quiso responder José Ramón Mélida atribuyéndola al siglo XIII, merced a los arcaísmos de la escultura. Sin embargo, Juan Manuel Valverde apunta a un origen posterior, de la primera mitad del siglo XIV, tras estudiar el estilo de la talla, la gracia de la misma y la morfología del vestido, atribuyendo los atavismos apuntados por Mélida más que a la época, a la falta de pericia del artista. Por su parte, Fernando Tejada señala que la talla es aún más tardía de lo que indica Valverde, y se basa para ello en que el movimiento del conjunto cual indica la tenue curvatura y giro de su cuerpo, indicaría que se talló a finales del XIV, cuando se rompió la hierática frontalidad de las imágenes precedentes.

Es decir, tres expertos, tres visiones sobre el cuándo y ninguna sobre el quién, puesto que la escultura no ha podido aún (y posiblemente nunca lo será) atribuida a artista alguno.

El segundo misterio es cuándo aparece y cuándo se construye el primer templo. Se sabe que la primitiva ermita ya existía a finales del siglo XV. Esto quiere decir que en algún momento de ese siglo, o del precedente, tuvo lugar su aparición, pero nada más puede precisarse.

Las leyendas

A estos misterios se unen las leyendas sobre cómo apareció y qué avatares sufrió. La primera leyenda, la de su aparición, tiene dos versiones. Una dice que se encontró la talla sobre una gran laja de piedra, llamada por su tamaño hermosa, y de ahí el origen de la advocación. Una variante de ésta es la que dice que tomó su nombre del paraje donde se halló, lo que parece corroborar el catastro de la época.

La otra, la más comúnmente aceptada, cuenta que la halló un labrador mientras araba la tierra, y al verla exclamó: ¡qué hermosa es!, lo que dio pie a su nombre. En principio, el nombre que se le impuso a la Patrona fue alto distinto, el de Nuestra Señora La Hermosa. Pasarían dos siglos hasta que tomó la advocación actual, al pasar a ser Nuestra Señora de la Hermosa.

Aquí la leyenda enlaza con otras similares en otros lugares donde aparecieron imágenes marianas. Y es que se indica que la imagen fue trasladada al lugar donde acababan entonces las casas de la población, aproximadamente donde hoy está la plaza del altozano, y allí se empezó a levantar un pequeño templo. Sin embargo, las obras de este templo realizadas durante el día aparecían destruidas durante la noche, y la imagen desaparecía y volvía al lugar donde se la encontró, mostrando así que quería que se edificase una ermita en ese sitio preciso, como así se haría.

Otra leyenda más se atribuye a La Aparecida. Según se relata, la talla del vestido de la imagen no gustaba a los responsables de su custodia, así que no tuvieron mejor idea que vestirla con un rico manto de damasco. Para ello no solo tuvieron que separar la imagen del niño Jesús que figuraba de pie en una de sus rodillas y pegado a la Virgen, sino que cortaron las dos manos de la escultura. Dice la leyenda que cuando se hizo eso, la imagen comenzó a sangrar y fue preciso vendarle las muñecas.

De esta operación (del corte de manos, no del sangrado) dio cuenta el Visitador de la Orden de Santiago en 1494. Trece años después, el Visitador mandó hacer una imagen nueva, ya que le pareció irreverente el modo en que se había vestido la talla.

Sin embargo, en 1576 la nueva imagen aún no se había realizado, se modo que se procedió a desvestir la talla original y ensamblarle de nuevo las dos manos y el niño Jesús.

Además, se restauró la policromía y se decoró con una labor de estofados hoy casi perdida.

Ya en el siglo XVIII se añadirían los lienzos encolados del manto y se policromó de nuevo, además de dotarla de peana con ángeles y trono, de manera que, tras tantos cambios, poco quedaba de la original.

Este mismo siglo, al restaurarse la ermita se encargó, por fin, una nueva imagen, más del gusto barroco imperante, con lo que La Aparecida quedó relegada a un altar lateral e, incluso, se retiró del culto colocándola en un rincón del camarín (construido, según la leyenda, en el punto exacto de su aparición).

En su aspecto actual presenta, según describe Valverde, una imagen donde trono y peana son añadidos muy posteriores. La talla en sí, de gran frontalidad como era característica del gótico, tiene un rostro muy inexpresivo, con ojos muy abiertos, nariz recta y boca de sonrisa estereotipada. El pelo, muy pegado a la cabeza, parece más bien un velo, porque el cabello apenas está labrado. La túnica, muy ceñida, está tallada en pliegues verticales leves y rectos, y bajo el manto que se cierra en las rodillas aparecen los zapatos puntiagudos.

Las manos no son las originales, y la derecha sujeta al niño, de rostro ingenuo y pelo burdamente tallado en rizos.

Restaurada de nuevo en 1993, con corona de metal sobreañadida y repuesta la policromía y el estofado, ahora luce en el primer altar de la izquierda.

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