Herejes, hechiceras y otros reos de la Inquisición en la localidad
Fermín Mayorga recopila algunos de los casos de condenas del Tribunal del Santo Oficio en Fuente de Cantos
j. c. zambrano
Jueves, 2 de junio 2016, 20:00
La Inquisición, creada por los Reyes Católicos a finales del siglo XV, se mantuvo activa hasta bien entrado el XVIII, aunque fueron los siglos XVI y XVII los de mayor pujanza. Su misión: combatir la herejía y defender la pureza de sangre. Ese celo religioso tenía en realidad una vertiente más mundana: la Iglesia estaba dispuesta a prestar crédito a cualquier denuncia por su afán de riqueza, ya que la primera medida ante la mínima sospecha era la incautación de todos los bienes del acusado. Podría recuperarlos (salvo la parte empleada en su manutención durante el encarcelamiento, trabajo de inquisidores y alguaciles, incluso transporte a la cárcel, que tenía que pagar el acusado) si era declarado inocente, pero esto ocurría rara vez.
Las penas oscilaban entre las más leves: 200 latigazos, exposición pública en la picota (poste al que se ataba al acusado a la entrada de los pueblos para que el populacho le insultase y golpease), vestir el sambenito, etcétera, y las más graves: la relajación o entrega al brazo secular para que ejecutase la sentencia de muerte. Si el reo confesaba y se arrepentía, se le daba garrote y luego se quemaba su cadáver; si no, ardía vivo. Entre medias, mutilaciones, condena a galeras, inhabilitaciones perpetuas que alcanzaban hasta la tercera generación
Pero ¿qué había que hacer para caer en manos del Santo Tribunal y ser sometido a todo tipo de torturas? Pues no mucho: un comentario de pasada, una ausencia a un acto litúrgico, una delación anónima, cualquiera de ellos podía bastar. Obviamente, Fuente de Cantos no se libró de este azote, máxime teniendo en cuenta la cercanía con Llerena, donde se asentó uno de los tribunales más activos de España.
Mayorga relata algunos de los casos heréticos de la localidad. Entre ellos el del sastre Lorenzo Martín, quien pese a haberse casado en Villanueva de Andújar (distrito inquisitorial de Córdoba), se casó de nuevo en Fuente de Cantos. No solo eso, sino que volvió a Villanueva y, por ser su primera mujer algo abierta (sic), la mató. Conocidos los hechos, fue preso y enviado a Llerena.
También fueron presos los pastores Bartolomé Sánchez y Alonso. Parece ser que en mitad de una cena con otros pastores, uno de dichos pastores sacó un rosario y dijo que unas cuentas eran Pater Nostri y otras Ave Marías, a lo que Bartolomé replicó que él también tenía dos Pater Nostri y un Ave María entre las piernas, poniendo la mano encima de sus partes vergonzosas. Tan herético acto fue secundado por Alonso, quien igualmente dijo tener dos Pater Nostri y un Ave María entre las piernas.
Un comentario también fue la causa por la que María González, mujer del cirujano de Fuente de Cantos, fue llevada a las cárceles secretas de Llerena. Según una denunciante, estando en un monasterio hablando de un edicto de fe, la tal María dijo que la Inquisición solo cogía presas a las personas para quitarles las haciendas. Para colmo, al investigar sus antecedentes se comprobó que era nieta de un judaizante quemado por el Santo Oficio.
Otro comentario sería la ruina de Beatriz García. Fue cuando una amiga comentó que quería meter fraile a un hijo, y Beatriz declaró que nunca metería fraile a un hijo suyo, puesto que Dios no había otra orden más que la de los casados.
¿Y qué decir de Domingo González? Cuando una mujer le afeó que anduviese con prostitutas, Domingo replicó que pagándoselo a las mujeres no era pecado mortal echarse carnalmente con ellas.
Más curioso fue el caso de Juana Domínguez del Corro. Comida por los remordimientos, confesó que ella misma era una hereje. ¿Por qué? Porque 12 años atrás, siendo las estaciones de Jueves y Viernes Santos, no era capaz de mirar las imágenes de la iglesia con buena intención y, además, quería rezar y no podía, a pesar de que sabía que había muerto Jesucristo, y que pensaba en su imaginación que si lo mataron fue porque algo hizo.
La viagra femenina
Por supuesto, también hubo casos de hechicería. Uno de los más sonados fue el de María Candelaria, precursora de la viagra femenina, ya que aseguraba poder curar la impotencia a las mujeres. Para ello elaboraba una pócima con uñas y pelos de la enferma, pan mordido, agua, romero, cilantro e incienso. Luego impregnaba una rama de retama en este brebaje y rociaba a la paciente por debajo de las piernas, diciendo: Santa Ana parió virgo./Santa María a Jesucristo./Santa Isabel a San Juan./Así como esto es verdad,/así se sane este mal.
Contaba la delatora que cuando ella se sometió al rito se le espeluznaban los pelos y sentía pasar un temblor por entre el cuero y la carne.
No fue el único: María Alonso, Antonio Francisco, Ana o Juana Jiménez también cayeron en manos de la Inquisición por delitos similares.
Téngase en cuenta que ser preso del Santo Tribunal acarreaba graves consecuencias no solo para el reo, sino para toda su familia. Se les expulsaba de inmediato de sus viviendas, sin poder llevarse más que lo puesto, ya que todas las propiedades pasaban a la Iglesia y nunca retornaban. El sambenito les marcaba a todos, y también a sus hijos y nietos. A partir de ese momento, no podrían vestir de carmesí, tener oro o plata, viajar a las Indias, montar a caballo, trabajar en puestos públicos ni, por descontado, escoger la vida religiosa.
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